viernes, 10 de febrero de 2012

Días que no son cuento


A las 6.30 am de la mañana del 10 de Septiembre del año 2011, una nostalgia increíble invadía mi ser,  aderezada con el frío de Picacho a Ajusco, en la única colina que tiene la Ciudad de México, la distancia de mis 4 amadas, el final de los únicos 10 días seguidos que había podido pasar con mi hermano Alejandro en los últimos 12 años, la mirada perdida, triste y casi premonitoria de mi padre, entre otros escenarios no precisos ni oportunos a este relato, me generaban un nudo en la garganta y una presión en el pecho enorme. Decidido a no dejar que la tristeza y el dolor invadiera mi último día de estancia, sugerí (casi ordené) salir de inmediato de dicha casa, a combatir el frío del clima con un día de estrechísima relación de familia con mi padre y mi hermano, guardando en lo más profundo de mi alma, esas lágrimas valientemente represadas y ese desdén de dolor que amanecieron clavados en mi. Ese día nos fuimos al estadio Azteca, y allí sólo pensaba en lo grandioso que puede ser el ser humano cuando se decide a construir maravillas, mientras contemplaba una obra arquitectónica hermosa cuyo principal adorno es la inmoralidad, ya que por todos lados hay estatuas y esculturas relacionadas con la “mano de Dios” hecha por Maradona ante Inglaterra en el mundial de fútbol del 86, irónico no? Maravilla del hombre con inmoralidad del hombre, pero en fin, era un viaje y hasta eso había que disfrutarlo. Un par de horas después estaba en el centro de un mercado mexicano, haciendo reír con mis loqueras habituales a unas vendedoras mexicanas que atendían una tienda de cuero, en un nuevo intento de distraer la mente y ganarle la partida a la nostalgia. De allí partimos a Coyoacán a buscar un cuadro bonito de obsequio para mi mamá, y para darle continuidad irónica al asunto, lo escoge y lo paga mi papá, pero en fin… es un buen hombre… Ya eran las 3 pm y nos fuimos al estadio azul a ver un partido Cruz Azul – Morelia, en el cual pude sentir lo increíblemente extranjero que era, pues el fútbol mexicano sólo a ellos los divierte, y no conforme con ello, las cervezas carísimas como para intentar disipar el aburrimiento con licor, así pues transcurrieron 89 minutos sin un gol, y al minuto 90 cae un gol contra el Cruz Azul, el equipo que más me agradaba, allí mismo sentí que el aburrimiento se transformó en dolor, pues perdí hasta el dinero de la entrada, ya que el equipo que me gustaba cayó y mal… de allí sólo restó comer cayendo la tarde, ir a la casa, empacar evitando llorar y tratando de pensar en lo hermoso que fue el viaje, y en lo inmensamente feliz que retornaría mi padre a casa, luego de reconciliarse con su hijo tras muchos años de incertidumbre emocional. Así pues llegaron las 9 pm, hora de irse al aeropuerto, e increíblemente a pesar de haber 300 taxis ninguno quería llevarnos, en mis adentros decía, que día tan raro… finalmente uno decide llevarnos, y el trayecto transcurría con mi hermano prometiendo no separarnos emocionalmente más nunca, mientras yo intentaba concentrarme en lo que nos decía, evadiendo la terrible creación mexicana llamada Los Tigres del Norte, que como si de un superhit Grammy se tratara entonaba el taxista, al llegar al aeropuerto, yo había perdido mi tarjeta de inmigración, por lo que si no me daban una nueva debía permanecer en el país hasta que el Departamento Mexicano de Inmigración se pronunciaba, ya siendo las 10 pm, evidentemente pensaba que el día había sido terrible en innumerables aspectos, pero bueno, me dejaron pasar, teniendo que dejar a mi papá y a mi hermano cenando y despidiéndose mientras resolvía mi “problema migratorio”.. Lo próximo fue ver como mi hermano abrazaba a mi padre, casi pidiéndole que no se fuera, mientras yo, del otro lado, en un supremo acto de egoísmo, suplicaba que mi papá no se quedara, pues no quería tenerlo lejos. A las 12.30 am, con la mirada triste y las lágrimas aguantadas estábamos en una sala de espera, y decido llamar a mi esposa para avisarle que saldré a la 1 am para Venezuela, y entre lágrimas interrogó: cómo te enteraste? Ignorante respondo: de qué?, mi suegro había fallecido ese día a las 4 pm, me enteré de golpe y no estaba allí, en ese instante sentí que todos mis intentos por hacer menos triste ese día habían sido en vano, pues al final terminé el día llorando por muchas cosas cuando inventé tantas cosas para no terminar llorando, en ese instante sentí ese gol en el minuto 90, pues en fin, al final del día se desbarató todo lo que hice para que no fuera triste el desenlace. En ese momento aprendí que la voluntad de Dios no se discute, contra eso no se lucha, pasamos la vida evitando cosas que por voluntad divina pasarán, comencé el día con “mi” nostalgia y terminé el día sufriendo el dolor de tres de mis seres más queridos, mi esposa, mi padre y mi hermano.

Y colorín colorado, el relato de un día que no fue cuento se ha acabado… hasta el próximo viaje…





Daniel Acevedo Astudillo

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