A las 6.30 am de la mañana del 10 de Septiembre del
año 2011, una nostalgia increíble invadía mi ser, aderezada con el frío de Picacho a Ajusco, en
la única colina que tiene la Ciudad de México, la distancia de mis 4 amadas, el
final de los únicos 10 días seguidos que había podido pasar con mi hermano
Alejandro en los últimos 12 años, la mirada perdida, triste y casi premonitoria
de mi padre, entre otros escenarios no precisos ni oportunos a este relato, me
generaban un nudo en la garganta y una presión en el pecho enorme. Decidido a
no dejar que la tristeza y el dolor invadiera mi último día de estancia, sugerí
(casi ordené) salir de inmediato de dicha casa, a combatir el frío del clima
con un día de estrechísima relación de familia con mi padre y mi hermano,
guardando en lo más profundo de mi alma, esas lágrimas valientemente represadas
y ese desdén de dolor que amanecieron clavados en mi. Ese día nos fuimos al
estadio Azteca, y allí sólo pensaba en lo grandioso que puede ser el ser humano
cuando se decide a construir maravillas, mientras contemplaba una obra
arquitectónica hermosa cuyo principal adorno es la inmoralidad, ya que por
todos lados hay estatuas y esculturas relacionadas con la “mano de Dios” hecha
por Maradona ante Inglaterra en el mundial de fútbol del 86, irónico no?
Maravilla del hombre con inmoralidad del hombre, pero en fin, era un viaje y
hasta eso había que disfrutarlo. Un par de horas después estaba en el centro de
un mercado mexicano, haciendo reír con mis loqueras habituales a unas vendedoras
mexicanas que atendían una tienda de cuero, en un nuevo intento de distraer la
mente y ganarle la partida a la nostalgia. De allí partimos a Coyoacán a buscar
un cuadro bonito de obsequio para mi mamá, y para darle continuidad irónica al
asunto, lo escoge y lo paga mi papá, pero en fin… es un buen hombre… Ya eran
las 3 pm y nos fuimos al estadio azul a ver un partido Cruz Azul – Morelia, en
el cual pude sentir lo increíblemente extranjero que era, pues el fútbol
mexicano sólo a ellos los divierte, y no conforme con ello, las cervezas
carísimas como para intentar disipar el aburrimiento con licor, así pues
transcurrieron 89 minutos sin un gol, y al minuto 90 cae un gol contra el Cruz
Azul, el equipo que más me agradaba, allí mismo sentí que el aburrimiento se
transformó en dolor, pues perdí hasta el dinero de la entrada, ya que el equipo
que me gustaba cayó y mal… de allí sólo restó comer cayendo la tarde, ir a la
casa, empacar evitando llorar y tratando de pensar en lo hermoso que fue el
viaje, y en lo inmensamente feliz que retornaría mi padre a casa, luego de
reconciliarse con su hijo tras muchos años de incertidumbre emocional. Así pues
llegaron las 9 pm, hora de irse al aeropuerto, e increíblemente a pesar de
haber 300 taxis ninguno quería llevarnos, en mis adentros decía, que día tan
raro… finalmente uno decide llevarnos, y el trayecto transcurría con mi hermano
prometiendo no separarnos emocionalmente más nunca, mientras yo intentaba
concentrarme en lo que nos decía, evadiendo la terrible creación mexicana
llamada Los Tigres del Norte, que como si de un superhit Grammy se tratara
entonaba el taxista, al llegar al aeropuerto, yo había perdido mi tarjeta de
inmigración, por lo que si no me daban una nueva debía permanecer en el país
hasta que el Departamento Mexicano de Inmigración se pronunciaba, ya siendo las
10 pm, evidentemente pensaba que el día había sido terrible en innumerables
aspectos, pero bueno, me dejaron pasar, teniendo que dejar a mi papá y a mi
hermano cenando y despidiéndose mientras resolvía mi “problema migratorio”.. Lo
próximo fue ver como mi hermano abrazaba a mi padre, casi pidiéndole que no se
fuera, mientras yo, del otro lado, en un supremo acto de egoísmo, suplicaba que
mi papá no se quedara, pues no quería tenerlo lejos. A las 12.30 am, con la
mirada triste y las lágrimas aguantadas estábamos en una sala de espera, y
decido llamar a mi esposa para avisarle que saldré a la 1 am para Venezuela, y
entre lágrimas interrogó: cómo te enteraste? Ignorante respondo: de qué?, mi
suegro había fallecido ese día a las 4 pm, me enteré de golpe y no estaba allí,
en ese instante sentí que todos mis intentos por hacer menos triste ese día
habían sido en vano, pues al final terminé el día llorando por muchas cosas
cuando inventé tantas cosas para no terminar llorando, en ese instante sentí
ese gol en el minuto 90, pues en fin, al final del día se desbarató todo lo que
hice para que no fuera triste el desenlace. En ese momento aprendí que la
voluntad de Dios no se discute, contra eso no se lucha, pasamos la vida
evitando cosas que por voluntad divina pasarán, comencé el día con “mi”
nostalgia y terminé el día sufriendo el dolor de tres de mis seres más
queridos, mi esposa, mi padre y mi hermano.
Y colorín colorado, el relato de un día que no fue cuento
se ha acabado… hasta el próximo viaje…
Daniel Acevedo Astudillo
Excelente... espero con ansia el proximo. besos
ResponderEliminarAnsío los besos, ya el otro se está cocinando... upa cacheteeeeeee
ResponderEliminardiiiooosssssss
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